Temer frente a Brasil

 

Ojo Global Noticias/AP

 

RIO DE JANEIRO  — La destitución definitiva de la impopular presidenta de Brasil Dilma Rousseff por el Senado del país el miércoles supone que ahora, un hombre que podría decirse es tan poco querido como ella, enfrenta la tarea de aliviar las heridas de una nación dividida y en recesión.

 

Conocido como un embaucador poco carismático, Michel Temer hereda una economía a la baja, un brote de virus del zika que ha arrasado los estados más pobres del norte y una inestabilidad política alimentada por la creciente investigación contra la corrupción que ha salpicado a gran parte de la élite política y empresarial del país, incluido él mismo.

 

Temer ya ha tenido problemas en sus casi cuatro meses como presidente interino tras la apertura del juicio político a Rousseff el pasado mayo, que fue suspendida de sus funciones mientras se preparaba el proceso en la cámara alta. El Senado aprobó el miércoles por 61 votos a 20 su destitución permanente, lo que supone que Temer, que había sido su vicepresidente, cumplirá el mandato de Rousseff, que termina a finales de 2018.

 

Solo unas horas después del cese de la expresidenta, Temer aseguró al país que su gobierno está listo para asumir la tarea.

 

«De hoy en adelante, las expectativas son mucho más altas para el gobierno. Espero que en estos dos años y cuatro meses podamos hacer lo que hemos declarado — volver a poner a Brasil en el camino», dijo.

 

Temer negó que el proceso de juicio político haya sido un golpe de Estado contra su predecesora, como afirmó ella a lo largo del proceso.

 

«La golpista es usted», indicó refiriéndose a Rousseff. «Es usted quien viola la Constitución».

 

El mandatario tiene previsto asistir a la reunión del G-20 en China este fin de semana y señaló que solicitó reuniones bilaterales con los líderes de España, Japón, Italia y Arabia Saudí.

 

«Estamos viajando precisamente para revelar al mundo que tenemos estabilidad jurídica y política», afirmó. «Tenemos que mostrar que existe esperanza en el país».

 

Por el momento no está claro que Temer pueda convencer al pueblo brasileño de que merece una oportunidad.

 

En su primera decisión ejecutiva en mayo pareció desconectado de la sociedad: nombró un gobierno solo de hombres blancos para comandar un país de 200 millones de habitantes donde más del 50% de la población se identifican como negros o mestizos.

 

Tres de sus ministros tuvieron que dimitir días después de su nombramiento por acusaciones de corrupción. Y por el momento ha tenido dificultades para lograr consenso en torno a reformas clave como recortar el sistema estatal de pensiones.

 

Los ministros de su ejecutivo prometen avances ahora que «interino» ya no forma parte del título de Temer.

 

«Con el final del periodo interino y el voto de más de 60 senadores, los inversionistas empezarán a traer empleos de nuevo», dijo su jefe de gabinete, Eliseu Padilha.

 

Pero por el momento este mensaje no ha recalado en la mayoría de los brasileños. Solo el 14% aprobó la actuación de Temer en una encuesta realizada en julio por Datafolha. Por otra parte, 62% dicen que quieren nuevas elecciones para solucionar la crisis. El sondeo entrevistó a 2.792 personas entre el 14 y el 15 de julio y tuvo un margen de error de más menos dos puntos porcentuales.

 

Para la convocatoria de nuevas elecciones sería necesario que Temer presente su renuncia, algo que no tiene intención de hacer.

 

Rousseff pidió a Tribunal Supremo Federal el jueves que anule su destitución, aunque expertos en derecho consideran improbable que se haga lugar al pedido. El titular de la alta corte fue quien presidió el juicio político.

 

Hijo de migrantes libaneses, Temer, de 75 años, ascendió discretamente en el escalafón político brasileño labrándose una reputación de negociador que puede alcanzar acuerdos con rivales políticos. Su carácter reservado le valió el sobrenombre de «Mayordomo». Lo único llamativo en su vida es su esposa, Marcela Temer, una exmiss de 32 años con el nombre del presidente tatuado en el cuello.

 

Como líder de la mayor formación política del país, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, de ideología flexible, Temer ganó las elecciones a presidente de la cámara baja del Congreso durante casi una década.

 

En una maniobra de conveniencia política, la izquierdista Rousseff optó por el congresista de Sao Paulo como su vicepresidente en la campaña de 2010. Su fría relación profesional se mantuvo durante la década y media de crecimiento del país.

 

Pero en su reelección en 2014, la economía comenzó a desmoronarse y aparecieron las primeras protestas callejeras.

 

Fiscales y jueces descubrieron una trama de sobornos millonarios en la petrolera estatal Petrobras. La pesquisa de dos años ha afectado a docenas de empresario y políticos de todos los partidos.

 

Aunque Rousseff nunca ha estado implicada directamente en la red, muchos la culpan de la corrupción porque sucedió mientras su partido estaba en el poder. Temer, por el contrario, si se vio salpicado: en un acuerdo judicial, el exsenador Sergio Machado dijo que en 2012 Temer le pidió canalizar 400.000 dólares de sobornos de Petrobras a la campaña del candidato a la alcaldía de Sao Paulo por su partido. Temer niega las acusaciones y no se presentaron cargos en su contra.

 

El presidente tampoco puede presentarse a elecciones a cargo público los próximos ocho años después de que el tribunal electoral de Sao Paulo lo hallase culpable de violar las leyes de gasto en la campaña en 2014.

 

Esto se suma a la vehemente oposición de Rousseff y sus partidarios, que lo califican de «usurpador» y dicen que llegó a la presidencia para ayudar frenar la investigación sobre corrupción y restaurar la autoridad de la élite del país.

 

«Creen que nos derrotaron, pero se equivocan», manifestó Rousseff el miércoles en sus primeras declaraciones tras ser cesada formalmente de su cargo.

 

El miércoles por la noche, un grupo de descontentos seguidores de la expresidente rompieron ventanas de sucursales bancarias, negocios y un vehículo policial en Sao Paulo. Policías antimotines intentaron controlar la manifestación arrojando granadas aturdidoras y gas lacrimógeno.

 

Los partidarios de Rousseff se comprometieron a intentar abrir un juicio político contra Temer, una opción que los analistas consideran improbable.

 

«El partido de Temer es el más grande de la Cámara de Diputados y el Senado. Esto hace que el proceso de juicio político sea poco probable», dijo Jose Luiz Niemeyer, ‘profesor de relaciones internacionales en Ibmec, una universidad en Rio de Janeiro.

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