El Nobel de la Paz que Santos debe soportar
A Juan Manuel Santos lo llamaron el “ministro de la guerra” igual como en su momento lo hicieron con el israelí Shimon Peres. Ahora debe forjarse su propio traje de estadista, por ejemplo, ayudando a mantener la democracia en Venezuela
Frank López Ballesteros
Ojo Global Noticias
Juan Manuel Santos es un estratega de guerra, confeso amante del pocker y apasionado de los libros de historia y las biografías heroicas. Él sabía que una empresa tan titánica como llevar la paz a Colombia lo consagraría en la Historia. De eso se trataba.
La concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente colombiano, este viernes, por su esfuerzo en lograr el fin de la guerrilla de las FARC no debe ser visto como una acción exagerada, y mucho menos un premio de consuelo por el triunfo del “no” en el plebiscitó que rechazó lo pactado con la insurgencia. Todo lo contrario, es una advertencia global.
Santos es un hombre políticamente contradictorio, ambicioso, y todo lo que hace está bien planificado. Sabe a quién unirse cuando sus metas están trazadas y guarda la prudencia al máximo, como un arma de destrucción masiva en tiempos de guerra.
Su llegada a la Casa de Nariño, en 2010, abrió camino a lo que muchos definieron como “la era del santismo”, que terminó siendo simplemente una ruptura evidente con su mentor político y padrino de poder, el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Si como ministro de Defensa dio los mayores golpes contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el crimen organizado, como presidente Santos afiló la espada que terminó debilitando a la guerrilla para llevarla finalmente a negociar.
Un total de 22 jefes de esa organización murieron en combate o por operaciones especiales entre agosto de 2010 y 2014.
Era necesario hacer la guerra para llegar a la paz en Colombia, dijo Santos como mantra un par de veces. Esa ecuación de fuerza la sabía con exactitud el presidente, un hombre, que si se ve, representaría la antítesis de lo que en un concepto llano significa un nombre de paz, un “Premio Nobel”.
No es un estadista, aún, pero sí un político neoliberal que proviene de una de las familias más rica de su país, y si bien luce frío, protocolar, distante en público, quizá por esa imagen de hombre fuerte de una Colombia en guerra, al interior, entre los suyos, es más dado, abierto, confianzudo. Es ese equilibrio el que seguro lo rodeó de la clase intelectual más pujante de la nación.
Seguramente la derrota del acuerdo de paz el dos de octubre fue la batalla más difícil que haya perdido en su vida, porque se enfrentó a un poderoso «monstruo» de la política que al final lo venció: Uribe, su mentor, su antiguo aliado, al que ahora debe volver a escuchar hablar de paz.
El presidente, de 65 años de edad, fue reconocido con el Nobel “por sus incansables esfuerzos para poner fin a la violencia” crónica que se ha apoderado de su país desde hace décadas. Por ello, la concesión es un espaldarazo al proceso, que no ha terminado, y su rechazo el 2 de octubre fue más a los detalles que al fondo mismo de lo que se quiere: la paz.
Aclamado en el exterior pero criticado dentro de su propio país, Santos sufre el síndrome de los políticos perfeccionistas que se dicen “incomprendidos”. Si en su primer Gobierno se trazó la mejora económica y los golpes a las FARC, en el segundo mandato el objetivo ha sido exclusivamente lograr el acuerdo de paz.
Esto no le ha traído dividendos al corto plazo, pero es que la paz es una inversión cuya riqueza no se ve a los meses, sino que tarda en palparse porque son muchos elementos la que debe sostenerla.
A Santos lo llamaron el hombre de la guerra, igual como en su momento lo hicieron con Shimon Peres, quien paradójicamente recibió el Nobel de la Paz por sus esfuerzos en alcanzar el entendiendo con los palestinos en la absurda guerra que mantienen con los israelíes
Peres, entonces ministro de Exteriores, firmó en 1993 los Acuerdos de Oslo, pilares del proceso negociador con los palestinos, que le harían merecedor del Nobel de la Paz, junto al primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, y el líder palestino, Yasser Arafat.
Las negociaciones secretas devenidas en la firma de aquel acuerdo no terminaron sirviendo, nunca desembocó en la paz ni en un Estado palestino, pero igual la intención y el esfuerzo de Peres por alcanzar esto fueron recompensados.
Shimon Peres condujo la creación de la industria militar israelí, la dotó de armas nucleares Santos fortaleció la de Colombia dándolo mayor presupuesto y formación. Ambos fueron ministros de Defensa, y ambos trazaron las rutas para hacer la guerra en tiempos de guerra.
Sin embargo, como Peres en su momento, Santos ha despertado los temores de una sociedad que busca justicia y siente dudas sobre la construcción de la paz. El líder israelí, en su búsqueda de entendimiento, se fue quedando solo a medida que su país perdía el interés en lograr el diálogo.
Juan Manuel Santos tiene con el Nobel de la Paz el respaldo del mundo, pero no aún el de todos los colombianos.
Desde ahora debe trabajar porque en el paso a la historia universal la idea de llevar la paz a Colombia no quede en el mural de los grandes intentos de la humanidad, porque si bien el país reclama un cambio también exige que la justicia siente su peso.
Con autoridad ahora puede reclamar por el mundo que se abran ventanas de diálogos; que las democracias se mantengan, por ejemplo trabajando porque la de Venezuela no termine de colapsar. Santos tiene la oportunidad histórica como líder de América Latina llevar la voz de la región para exigir cambios, un compromiso que acaba de empezar.