Un mundo más complejo después del 11 de septiembre

Por Frank López Ballesteros

 

Ojo Global Noticias

 

Estados Unidos, quince años más tarde, sigue intentando contener las consecuencias reales de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ahora que una nueva amenaza terrorista, bajo la misma raíz que inspiró aquellos sucesos, ha mutado en un radicalismo que busca hacer el mayor daño conforme se expande por todo el mundo.

 

Cada 11 de septiembre cuando el país guarda silencio por la memoria de los tres mil fallecidos en los ataques suicidas con aviones comerciales contra las Torres Gemelas de Nueva York, el edificio del Pentágono en Washington, y la caída de una cuarta nave en Pensilvania, resurge en la memoria colectiva dos guerras subsecuentes que no pudieron contener un islamismo radical cada vez más mortífero.

 

Occidente, y en especial Estados Unidos, está consciente que la muerte de Osama bin Laden, autor intelectual de los atentados y máximo exponente del terrorismo en su clase, no significó la capitulación del yihadismo, sino apenas una venganza como parche sobre la herida.

 

Desde el mismo momento en que cayeron las Torres Gemelas la fijación con el Islam radical como base tomó fuerzas, se ha expandido, y en consecuencia corre en las venas de muchas personas en el mundo musulmán.

 

No es extraño entonces que en estos momentos, en lo que EEUU se prepara para elegir un nuevo presidente, se ofrezca prohibir la entrada a los musulmanes, avivar el nacionalismo contra el Islam, si se ha hecho creer que el país asiste a una «guerra» contra esta religión cuando en el fondo el combate es contra los radicales.

 

 

La lucha contra el terrorismo islamista está en su cenit, el tiempo y las circunstancias demostraron que lo ocurrido hace 15 años, como ahora, inspiran a radicales de todo el mundo, no solo enfrentados a la política de injerencia de EEUU sobre algunos países, sino la propia existencia y valores de Occidente.

 

El terrorismo no era una preocupación grande para los estadounidenses a comienzos de 2001, revelaba un informe de la AP, pero una encuesta de Gallup de entonces indicó que solo 43% de la población estaba contenta con el estado de cosas.

 

En menos de dos horas, el país perdió casi 3.000 personas el 11 de septiembre, así como dos de sus edificios más altos y la sensación de invulnerabilidad. El estupor, el miedo y la pena generaron la sensación de que se estaban recuperando algunas cosas importantes, como la identidad y el compromiso con una nación indivisible, recordaba Jennifer Peltz en el reporte de Associated Press.

 

Amenazas reales

Casi una década le costó a las fuerzas estadounidenses cazar a su principal amenaza, su mayor miedo; no era un país, no era un continente, Bin Laden simplemente fue un hombre de convicciones oscuras, enemigo de todo lo que representa la civilización occidental, que aglutinó masas y convenció de que era capaz de vengar un supuesto paganismo orquestado desde América.

 

Con el dolor de miles de inocentes –en ambos lados de esta realidad–, el terrorismo se sigue satisfaciendo al reivindicar sus acciones en nombre de Dios. En esencia, los yihadistas del autodenominado califato del Estado Islámico (EI) construyen en este momento una transnacional del terror con sus propios códigos, ha infundo miedo y dolor en atentados por todo el mundo.

 

La frase del expresidente George W. Bush, entonces en la Casa Blanca cuando EEUU sufrió sus peores ataques desde 1941, son cada vez más reales y también apocalípticas: “el mundo está en guerra contra el terrorismo”.

 

Las subsecuentes guerras de Afganistán e Irak, en la que estadounidenses y británicos invadieron ambas nacionales con una poderosa coalición internacional, terminaron costando la vida a miles de civiles inocentes de esos países, además de soldados que estuvieron al frente combatiendo a un enemigo complejo.

 

Todo ha cambiado drásticamente luego del 11 de septiembre de 2001. La aviación comercial dio un giro definitivo y la seguridad aeronáutica es ahora más que trascendental; el cine consiguió, aferrado a la realidad, otro enfoque mucho más nacionalista; el terrorismo, y no tanto las diferencias de ideología, es la principal amenaza para las grandes potencias conforme se aviva un “choque de civilizaciones” como lo llegó a definir el historiador Samuel Huntington.

 

Siria hoy está sumida en una guerra fratricida con más de 200 mil muertos. Desde 2011 el régimen de Bashar al Assad intenta mantenerse mientras EEUU y Rusia terminan de negociar su salida o permanencia. Pero es en Irak, Afganistán, Yemen, sumidas en caos y violencia, donde la sombra del 11 de septiembre aún permanece como recuerdo de que lo que comenzó hace 15 años bajo una mensaje “al gran satán” que no tiene cuando acabar.

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