Las crónicas de Alejandra Otero: Las duchas socialistas
Ojo Global Noticias
Las duchas socialistas
Por Alejandra Otero (*)
Siempre había escuchado que los venezolanos, y los latinoamericanos en general, somos personas aseadas. Para mí siempre había sido normal bañarme todos los días, por eso me costaba imaginarme los cuentos sobre algunos europeos, que supuestamente no se bañaban casi y mucho menos en invierno. Pero el día que fui a Dinamarca lo entendí.
Me encontraba al final de un viaje que duraría un mes y que comencé con dos amigas en España. Ya Ana Cecilia y Daniela se habían regresado a Caracas y Buenos Aires, respectivamente. Yo vivía en Nueva York y las tres decidimos ir a ese lado del mundo a reencontrarnos. Había sido un viaje tipo mochilero, pero era más bien un mochilero caraqueño, es decir, nos quedaríamos en casas de amigos o conocidos, algunas veces en hostales, pero no cargaríamos una mochila en la espalda ni dormiríamos en parques. Por eso siempre me pareció un poco ridícula la imagen de las tres en el metro de Madrid –porque queríamos ahorrarnos el taxi- cada una con su maleta de rueditas. Mochileras 100% chic.
A Merete, mi amiga danesa, la había conocido unos 4 años atrás, cuando me fui a estudiar inglés durante un mes a Boston. Ella, como buena nórdica y cosa que me hacía dudar por qué estaba en el mismo curso que yo, hablaba inglés a la perfección y sin acento, lo que hizo que aprendiera más con ella que en aquellas clases que me daban mucho sueño. Así me decía siempre: “You are wasting your money on classes, you should pay me” (Estás perdiendo tu dinero en clases, deberías pagarme a mí). A lo que me provocaba responderle “Te va a atropellar un carrito de helados” o, mejor, para que lo entendiera “You are going to get run over by the ice cream truck”. Tampoco entendió.
Gracias a Facebook nos volvimos a poner en contacto y yo le dije que casualmente estaba planeando un viaje a Europa que incluía Suecia como uno de los destinos –ese cuento lo echaré en otro artículo- y que me encantaría conocer Dinamarca. Tres meses después estaba en la estación de tren de Copenhague esperando ver a Merete. Al verme, me abrazó y me contó que venía de un concierto que había durado varios días, típico del verano, y estaba bastante cansada.
En el camino llovió, así que pude apreciar muy poco aquella maravillosa ciudad. El apartamento de Merete estaba ubicado en un piso 3. El edificio no tenía ascensor y nos tocó subir la maleta de rueditas a pie –casi deseé ser una mochilera de verdad-. Al entrar, me hizo un rápido recorrido por la cocina, el cuarto y la sala. Era un apartamento pequeño y desordenado y a pesar de estar bien distribuido y contar con bonitos muebles, lo que más me llamó la atención fue esto: No había ducha ni lavamanos por ninguna parte. Solo encontré un pequeño cuarto con una poceta adentro. Me tuve que cepillar los dientes en el fregadero de la cocina. Pero yo también estaba muy cansada como para ponerme a analizar. Me acosté en el sofá cama y pensé “En algún lugar tiene que haber una ducha…espero”.
Al día siguiente, apenas nos despertamos, Merete me preguntó si me quería bañar. Yo dije “Sure!”. Pensé: “¿Es opcional?”. Me dijo que agarrara mis cosas de baño y que la siguiera. Tomé la toalla, el champú, el acondicionador, un jabón y unas cholitas. Mi amiga danesa abrió la puerta del apartamento y mi imaginación voló: “¿Será que vamos a la ducha de un vecino?”. No entendía nada. En pijama, bajamos las escaleras hasta llegar a Planta Baja y salir por una puerta que daba a un patio interno al aire libre.
Caminamos hacia otra torre, bajamos unas escaleras, atravesamos una puerta y en ese momento entendí que sí existía un socialismo nórdico: los habitantes de ese conjunto residencial gozaban de duchas comunes. Seguro en Caracas les pondrían “las duchas comunales de la Revolución Bolivariana hasta la victoria siempre”, pero si hay algo que todavía no se ha perdido en Venezuela es el sentido de la pulcritud en el aseo personal. No hay jabón, ni champú, ni nada, pero uno se baña así sea con limón.
Me metí en una de esas duchas, me bañé lo más rápido que pude y salimos en toalla y cholitas de vuelta al apartamento de Merete. Yo lo único que pensaba era: “¡Con razón hay europeos que no se bañan! ¿Te imaginas tener que hacer todo ese recorrido todos los días para bañarte? Ahora imagínate tener que hacerlo 15 grados bajo cero. ¡Yo tampoco me bañaría!”.
Mi estadía en Copenhague duró dos noches y un solo baño. La pasé bien, es una de las ciudades más bellas que he visitado, fuimos a varios parques, caminamos, comimos, bebimos, hablamos. Merete me piropeó mi inglés. Yo le agradecí enormemente haberme recibido luego de tanto tiempo sin vernos.
Extrañé mi ducha. El buen olor no porque no tengo muy buen olfato. Menos mal. Eso sí, agradecí porque al Gobierno venezolano todavía no se le ha ocurrido hacer una ducha comunal.
(*) Alejandra Otero es periodista, actriz, locutora y comediante. Fue parte del elenco de Misión Emilio (Televén), actriz del principal grupo de improvisación de Venezuela, Improvisto, y de diversos shows de stand up comedy. Es una de las conductoras del programa Mujeres en Pelotas (Hot94, Circuito FM Center) y facilitadora de talleres de improvisación y humor para el mundo empresarial.
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