La reinvención de Singapur
Para los años sesenta la nación asiática era una de las más peligrosas del mundo, tránsito del mercado de drogas desde China y Malasia, y puente para los traficantes de armas dentro de Asia, pero hoy es la segunda economía más libre del planeta, referente de la industrialización y hasta sede de la Fórmula 1
Por Frank López Ballesteros
Ojo Global Noticias
Singapur es uno de esos países del sudeste asiático que los tecnócratas estudian para comprender y demostrar que una nación pobre, reprimida, sin educación y ningún recurso natural del que alardear, puede transformarse, si hay planificación, en un potencia mundial.
Trabajo forzado y latigazos con vestimenta especial para delitos como robo, multas elevadas por ensuciar la ciudad, exposición en la prensa por algún crimen, pena de muerte por corrupción, prostitución, narcotráfico o violación, y hasta azotes y trabajos forzados para quebrantamientos especiales, han sido las fórmulas que ayer y hoy los singapurenses ofrecen como receta para “sanear” un país.
Pasaron cincuenta años desde su independencia definitiva de Malasia, en 1965, para que Singapur, de 5,5 millones de habitantes hoy en día, cuente ahora con el mayor puerto de contenedores del mundo y se ubique como la segunda economía más libre del planeta con centros de servicio, tecnológicos y financieros clave del mercado internacional.
Asia quedó igual de golpeada que Europa tras la II Guerra Mundial, y los estragos de la descolonización afectaron a los antiguos territorios de ese continente que debieron asimilar la transformación como naciones-estados soberanos entre idiomas, etnias y costumbres dispares que frenaron su avance.
En ese reducto quedó Singapur, sumida en la ruina y subdesarrollo bajo las luchas intestinas del poder entre comunistas y liberales que marcó la Guerra Fría en esa región. Tras la independencia el país se embarcó en la industrialización de su manufactura y en cultivar una fuerte intolerancia social a la corrupción que se institucionalizó como bandera del poder judicial.
Para los años sesenta Singapur era de las naciones más peligrosas del mundo, tránsito del mercado de drogas desde China, y puente para los traficantes de armas dentro de Asia, lo que cundió el país de vandalismo, redes de crimen organizado y prostitución infantil.
La transformación del país se dio por el impulso del histórico líder Lee Kuan Yem, que ungido de estadista y autócrata, logró multiplicar por cien el Producto Interno Bruto (PIB) de Singapur en medio siglo, y hasta 2012 crecer a una tasa de casi 7% anual, cuya riqueza per cápita está 60% por encima de la media europea.
¿Qué ocurrió en Singapur?
¡“Un milagro”! salta a responderse comúnmente, mientras los expertos lo resumen en algo menos fantasioso: visión de Estado, mano dura contra la delincuencia, inversión en el capital humano, respeto a la propiedad y un poder judicial autónomo.
“Los críticos de Lee enfatizan la larga y excéntrica lista de prohibiciones que instauró. En la ciudad-Estado no se permitió el mascar chicle ni el uso de pelo largo para los hombres. No existe prensa libre ni grafitis. Dejar sucio el inodoro puede provocar castigos corporales”, resumía Luis Miguel González, director del semanario español El Economista.
El régimen se alineó a Estados Unidos en la Guerra Fría, e instauró el inglés como idioma oficial para evitar así que el multilingüismo que imperaba en el país oprimiera pequeñas etnias. De esta forma se atrajo inversión extranjera, se crearon centros universitarios y se impuso mano dura contra la disidencia política, el lado oscuro del legado de Lee.
El dirigente logró esta transformación milagrosa de la economía de Singapur manteniendo un férreo control político. “El Gobierno puede ser mejor descrito como un régimen autoritario ´suave´, y en ocasiones no tan suave”, zanjaba Fareed Zakarias, destacado escritor y periodista en el Time al discutir el legado del líder conservador que falleció en 2015.
Como primer ministro de Singapur desde su independencia hasta 1990, cuando permitió ser sucedido como líder del Partido de Acción Popular, (PAP) a Lee se le reprochó que el sistema impusiera la pena de azotes a varones de entre 16 y 50 años por delinquir, o la pena de muerte por asesinato o narcotráfico.
Sin embargo, estos castigos siguen vigentes y en marzo de 2015 el Tribunal Supremo falló que los correctivos con varas de bambú no eran inconstitucionales, una receta que las autoridades aplicaron en los años 90 y principios de 2000 cuando la delincuencia se incrementó y el terrorismo apareció en escena.
De esta forma la pena de muerte en la horca tomó fuerza, incluso para delitos de corrupción. Para los crímenes relacionados con abuso sexual y agresiones menores, se permite publicar el nombre de los violadores en la prensa, e incluso, televisar los juicios para quebrar la moral de los culpables.
“En 2000 había 500,000 presos. En la actualidad, menos de 100”, dijo en un artículo Juan Carlos Mathews, un economista peruano experto en comercio internacional.
Amnistía Internacional siempre ha tenido una posición crítica sobre Singapur y le reclama el hecho de que sea “común encontrar en las calles y parques de la ciudad, desde hace tres años, a -basureros vestidos con uniformes atípicos, que sólo llevan los delincuentes-, y que han sido condenados a limpiar la vía pública por delitos menores”, lo que considera inapropiado.
Un reflejo del cambio
Pero esta ciudad-Estado es lo que todos conocen ahora por una conjunción de estrategias sociales y políticas que engranó perfectamente con su idiosincrasia. Desde el nivel más pequeño de la educación se instruyó a los estudiantes el conocimiento de múltiples lenguas, el ocio injustificado estuvo prohibido.
Anclado en el sudeste asiático, sin recursos naturales para lucrarse, y una extensión inferior a Caracas, Madrid o Miami, el país es el menos corrupto, según el Índice de Libertad Económica elaborado por la Fundación Heritage.
El Gobierno, por ejemplo, autoriza a los legisladores a que sirvan a menudo en los consejos de las empresas privadas, incluso como presidentes, frente eventuales disputas o irregularidades. Los contratos públicos y privados están asegurados y la expropiación no existe, teniendo uno de los mejores regímenes de derechos de propiedad intelectual de Asia.
“La oficina anticorrupción depende directamente del primer ministro… resuelve dos tercios de los casos en un mes”, escribe asombrado González, para quien es clave cómo funciona la administración pública del país. “Los funcionarios públicos son los mejores pagados del mundo, sus sueldos son iguales a los del sector privado y en los altos niveles llegan a ser de 2 o 3 millones de dólares anuales”.
De las 178 economías clasificadas en el Índice 2016, cinco de ellas (Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza y Australia) alcanzaron la designación de economías “libres”, con puntajes superiores a 80. ¿Cómo? Con políticas públicas a largo plazo.
La llegada al poder en 2004 de la “ tercera generación” de líderes encabezada por Lee Hsien Loong, hijo del histórico líder Lee Kuan Yew, representó el comienzo de una transición en el modo de ejercer el poder y de entender la democracia en Singapur. Ciertas libertades civiles, como la de reunión y expresión siguen restringidas, pero se viene dando cierta apertura.
Una de las prácticas más comunes del gobernante Partido de Acción Popular y que fue reprochada por Amnistía en su informe de este año es el hecho de recurrir a la revocación de licencias y la presentación de cargos penales contra los medios de comunicación y los defensores de los derechos humanos para mantenerlos sometidos a un estricto control.
Nada suele ser perfecto en un país; lo que ocurrió con Singapur puede ser un ejemplo para muchos o una vergüenza para otros. Unos lo ven como un caso exótico de progreso anclado en Asia cuya copia es compleja de edificar, lo cierto es que mucha de sus tácticas sirvieron para sacar del fondo a una nación que en muchos casos fue vista como un Estado fallido, hoy es referente del mundo industrializado.
Trabajo especial escrito por Frank López Balleteros para Ojo Global Noticias