Con fusiles no se gana la guerra en Colombia
EDITORAL
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Cuando la mayoría de los colombianos acudan a votar por un “sí” o “no” a los acuerdos que se negocian en La Habana, entre el Gobierno y las FARC, el país entrará en un proceso de transición que tardará en asimilar, un tiempo que jugará con la paciencia de los ciudadanos que deben entender que no todo cambiará de la noche a la mañana.
La firma de la paz no significa que habrá “paz” de inmediato, y mucho menos que todos la quieren. El sabor amargo porque muchos guerrilleros no pagarán con la cárcel sus delitos, como ya advirtieron las FARC, es lo que pesará sobre el acuerdo, y a medida que no avance su implementación será mayor la presión sobre los insurgentes y el Gobierno.
Por un lado, la victoria del “sí” le daría a Colombia una proyección indiscutible mejorando la confianza en el país en todos los ámbitos. Desde el punto de vista económico sería un imán de atracción de dinero exterior para invertir en el postconflicto, al mismo tiempo que con la reducción en los gastos de defensa se invertiría en otros sectores, como educación.
Un “no” a los acuerdos es mucho más peligroso, incluso de imaginar, por distintas razones. Primero, literalmente significaría volver a la guerra. Nadie cree que como en los años 80 o 90,con ataques urbanos, atentados bomba o masacres, pero sí una escalada bélica que activaría diversos frentes donde el lado duro de las FARC haría lo imposible por vengarse de todo.
Asimismo, un “no” le restaría maniobrabilidad al gobierno del presidente Juan Manuel Santos para que busque otra negociación, a pesar de que los expertos matizan que el mandatario puede rescatar aspectos de lo negociado y reeditar puntos sin que todo lo tratado en La Habana desde noviembre de 2012, se vaya al trasto de la basura.
Es más peligroso pensar en el “no” porque las pérdidas son mayores. Los que apuestan por un “no” se centran en un solo aspecto para aupar su voto, que las FARC no pagarán largas condenas por sus delitos, e incluso, puede que ni sus líderes toque las rejas.
Ya Colombia tiene una historia contradictoria al respecto, cuando los líderes paramilitares fueron a la cárcel, tras su desmovilización en 2005, y seguían delinquiendo tras las rejas y no repararon a sus víctimas.
Lo que va a haber en Colombia, como matizó el expresidente César Gaviria, será una justicia restaurativa, no punitiva, que representa un reconocimiento al derecho de las víctimas en un conflicto armado de más de 50 años.
Con las FARC haciendo política se abre una nueva dimensión en el país, con temas tan polémicos como la reforma agraria, la desigualdad social, la repartición de la riqueza, los impuestos, bandera de sus discursos. Colombia escuchará otras voces. Pero un rechazo a sus ideas y propuestas en unas elecciones puede ser tan doloroso para ellas como ir a la cárcel.
Algunos líderes de la guerrilla ya estuvieron en el Congreso, conocen el debate político, las prácticas, pero la sombra de su pasado los promete perseguir. Un “sí” dará paso a un nueva clase política, una izquierda que entra en su mayor prueba social desde hace 30 años. El mensaje es claro, con fusiles no se ganó la guerra en Colombia.