Destruir el patrimonio de la humanidad también un es crimen de guerra

 

Por Annette Birschel 

 

Ojo Global Noticias

 

La Haya, Países Bajos.-  Tombuctú, verano de 2012: un hombre vestido con capa y turbante blanco, con un Kaláshnikov al hombro y un hacha en la mano, arremete contra una puerta de madera. La puerta da acceso a una mezquita centenaria y, según la tradición, no debería abrirse hasta el fin de los tiempos. Ahora, en el lugar sólo quedan barro, escombros y piedras.

 

Cuatro años después, ese mismo hombre comparecía hoy enfundado en un traje gris claro y camisa blanca ante la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya. Lleva larga y oscura melena rizada peinada hacia atrás y dirige su mirada tenso, casi como torturado, hacia los tres magistrados. «El tribunal lo condena a nueve años de prisión», dice entonces el juez que lo preside, el filipino Raul Paganlangan.

 

La CPI dicta con ello una sentencia histórica: por primera vez se condena a un yihadista por destrozar el patrimonio cultural, reconociendo que la violencia contra este tipo de bienes es también un crimen de guerra.

En el verano de 2012, yihadistas aliados de Al Qaeda irrumpieron en Tombuctú, en el norte de Mali. Establecieron la sharía, prohibieron la música y acabaron con la herencia cultural de la ciudad, testigo de la época dorada que durante los siglos XV y XVI la convirtió en centro del comercio y el islam.

 

Ahmad al Mahdi dirigía en 2012 la policía moral de los yihadistas. El ex funcionario, de unos 40 años, lideró los ataques contra el patrimonio, justificándolos con fines religiosos en nombre del «verdadero islam». «Debemos combatir las supersticiones y aniquilar todo lo que no pertenezca a este paisaje», dijo en aquel entonces.

 

En total, nueve mausoleos y una mezquita quedaron reducidos a escombros a manos de los islamistas. Las imágenes de los monumentos destrozados dieron la vuelta al mundo, desatando una oleada internacional de indignación.

 

Una indignación que, hasta ahora, no había tenido consecuencias, como sucedió el año pasado con la destrucción de la antigua ciudad siria de Palmira por parte de la milicia Estado Islámico (EI) o en 2001, cuando los talibanes destruyeron las antiquísimas estatuas gigantes de buda en Afganistán.

 

Más que historia
La fiscal jefe del tribunal, Fatou Bensouda, quería sentar precedente con el proceso de Mali, aunque al final la condena ha sido relativamente floja. Y es que el acusado fue recompensado por su «confesión integral», su colaboración con la acusación y «el comportamiento ejemplar en prisión preventiva». Además, los jueces también valoraron su arrepentimiento como «muy sincero».

 

Al Mahdi manifestó su intención de hacer «penitencia» en la cárcel y pidió perdón al pueblo de Tumbuctú. Allí, los mausoleos vuelven a estar en pie, levantados gracias a la Unesco con ayuda financiera entre otros de la Unión Europea (UE). No obstante, Mali sigue teniendo cuentas pendientes con la Justicia.

 

La CPI aún no ha abierto ningún proceso por el resto de crímenes de guerra perpetrados en el país, como los asesinatos y violaciones. Y muchos critican que el tribunal haya dado prioridad al «barro y las piedras» en detrimento de las personas. Una de las respuestas es sencilla: debido a su confesión, el juicio contra Al Mahdi fue rápido y fácil de organizar, lo que no sucede con otros procesos.

 

La fiscal jefe Bensouda rechaza no obstante las críticas que restan importancia al juicio. «Aquí no se trata sólo de muros y piedras», afirmó durante el proceso. El patrimonio cultural es «la raíz de un pueblo entero». Por tanto, cuando es atacado, se trata muchas veces de «ataques contra la humanidad».

 

Annette Birschel es reportera de la agencia DPA

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